El palimpsesto

Por: Sebastián Felipe Alarcón Páez

El palimpsesto es un término que data de la antigua Grecia y que hace referencia a un manuscrito plasmado en un pergamino que permite ver huellas del texto anterior que reposaba en él. Esta técnica se utilizaba en la época clásica y en el medioevo buscando economizar material, pues en dicha época no abundaban ni papiros ni pergaminos y la producción de papel era algo bastante costoso.

Ya en siglo XX año 1989, el autor Gérard Genette propone el concepto de palimpsesto literario, el cual sale a la luz en su texto denominado “palimpsestos, la literatura en segundo grado”. Este término se basa en las relaciones intertextuales que pueden darse entre dos obras que dialogan de maneras distintas bien sea por decisión del autor o por simple coincidencia.

Al darse dicha relación de manera voluntaria, el autor busca tomar aspectos puntuales de alguna obra preexistente para escribir una obra nueva. De esta manera, se encuentran diferentes abordajes temáticos, puntos de vista diferentes, cambios de acontecimientos o situaciones agregadas que reaccionan las obras. Lo importante dentro del nuevo texto es conservar los elementos más importantes del argumento y de los personajes para que las obras no pierdan relación.

Se considera entonces que los palimpsestos son una gran herramienta para promover la escritura a cualquier edad, teniendo en cuenta que se parte de estímulos específicos generados a partir de textos y se le da la oportunidad al autor (persona que escribe) de recrear dicho mundo y cambiarlo o complementarlo de la manera deseada. Se hablaría entonces de la oportunidad de llevar placeres culposos en la literatura a la realidad.

A continuación, se presenta un palimpsesto que nace de la obra “El principito”, escrita por el francés Antoine de Saint-Exúpery.

 LA TIERRA

De repente llegamos con el viajero al lugar conocido como la “tierra”, un lugar que por la descripción que me había dado el geógrafo, era el planeta más adecuado para  evitar la desaparición de mi flor, aquella de las cuatro espinas. Aquí esperaba encontrar miles de adultos divididos entre reyes, hombres de negocios, ebrios, hombres vanidosos, y muchos más geógrafos, en pocas palabras siete mil quinientos cincuenta millones de personas adultas. Para nuestra sorpresa, lo único que encontramos fue una tierra casi inhóspita y árida en la que el único organismo viviente era una serpiente naranja.

– Buenas noches dijo el viajero, quien estaba un poco inquieto tras el desconocimiento del lugar

– Buenas noches dijo la serpiente

Demandó entonces el viajero a la serpiente por la ubicación de los hombres que habitan la tierra, a lo que la ésta contesto: Los hombres, ¿para que los hombres?, aun con los hombres se está solo, ¿no creen? Vi inmediatamente la expresión dubitativa del viajero, la cual estoy seguro, era muy similar a la mía, sin embargo decidí añadir:

– Eres un animal muy raro, delgado como un dedo…

– Pero soy más poderoso que el dedo de un rey dijo la serpiente.

Tras esta respuesta no supe cómo reaccionar, ya que en efecto consideraba que la serpiente era mucho más funcional que el dedo del rey que había conocido. Decidí entonces atacar con más argumentos a la serpiente, sin embargo, para todos éstos, ella tenía la frase adecuada que me dejaba en silencio. Determinamos con el viajero continuar nuestro camino atravesando ése terreno con el sol a nuestras espaldas.

Al cruzarlo, encontramos una gran montaña a la cual subimos con gran esfuerzo. Para el principito, el estar allí significaba una sensación completamente nueva, ya que las únicas montañas que conocía eran los tres volcanes de su planeta, los cuales, le llegaban a la rodilla. Al llegar a lo alto de esta cumbre, encontró el principito una flor muy similar a la que lo esperaba en su planeta y le pregunto:

– Buenos días, ¿Podrías decirme dónde están los hombres?

La flor, quien había visto una caravana de hombres hacía ya unos años contesto:

– Buenos días, he visto aproximadamente 6 o 7 hombres, los he visto hace años, pero nunca se sabe dónde encontrarlos ya que el viento los lleva.

Al escuchar esta respuesta, el principito cabizbajo y dirigiendo su mirada hacia mí dijo: ¡No los vamos a encontrar nunca! Nos despedimos de la flor y seguimos nuestro camino.

Después de mucho caminar y atravesar caminos de arena, roca y nieve, descubrimos al fin una ruta, y como siempre se ha sabido, todas las rutas van hacia los hombres.

– Buenos días dije con mucho ánimo al camino de rosa delante mío

– Buenos días contestaron las rosas

Su presencia me afectaba bastante, ya que todas ellas se parecían mucho a la flor que me esperaba en mi planeta de origen. Después de un momento de reflexión y de mirar la tranquilidad con la que mi acompañante miraba dicho camino añadí:

– ¿Quiénes son ustedes?

– Las flores respondieron: Somos rosas

Me sentí muy miserable y muy poco príncipe al darme cuenta que mi rosa me había mentido al hacerme creer que en efecto era la única en su especie. Al verme tan triste, el chofer de la nave espacial, quien me había acompañado en toda mi travesía, trato de todas las formas posibles de alegrarme, sin conseguir resultado alguno. A punto de darse por vencido, apareció un elefante que nos saludó amablemente.

– Buenos días

– Buenos  días dije. Pregunté inmediatamente: ¿Quieres jugar conmigo?

– Soy el elefante, contestó, no estoy domesticado, no puedo jugar contigo.

Al ver la cara que hizo el elefante y tras largos minutos hablando con el viajero, decidimos domesticarlo. Después de un largo proceso que demando mucha paciencia por parte nuestra y  un esfuerzo considerable por parte del elefante, los vínculos empezaron a crecer y el elefante poco a poco empezó a domesticarse. Junto con éste, otro proceso se daba a la par, al percatarme que ya él ya no era un elefante como los demás, sino que había adquirido un valor especial no solo para mí, sino que también para el viajero que me acompañaba, justo desde el momento en el que lo habíamos domesticado.

Con este sentimiento, comprendí la razón por la cual estaba tan unido a aquel hermoso capullo que aguardaba por mi regreso, comprendí aquello que la hacía única para mí y que no me permitía abandonarla.

Decidí entonces volver a mi planeta, sabiendo que había en efecto, conseguido lo necesario para poder cuidar a mi flor como el tesoro más preciado. Al iniciar mi regreso junto con el aviador, fue difícil decirle adiós al Elefante, ya que había sido él, quien nos había dado una de las lecciones más importantes de nuestras vidas. Segundos después, entre sollozos nos dice: he aquí un secreto, no se ve bien, sino con el corazón. Esta épica frase marcó nuestra partida.

En el camino de vuelta, el consorte al pasar por el camino de rosas dice:

-No son en absoluto parecidas a mi rosa, no son nada aun, nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Son como era mi Elefante, solo uno más, pero yo lo hice mi amigo y ahora es único para mí. Así mismo son mis rosas.

Con éstas palabras concluyo nuestro viaje y regresamos a su planeta.