Por: Camila Loaiza
El siglo XIX se convirtió en un tire y afloje de sistemas gubernamentales que dictarían el futuro de nuestra Colombia. Aquella que algunos académicos la llaman la segunda patria boba, como si las palabras de Nariño respecto al pasado y los errores cometidos tras el grito de independencia hubiesen enseñado nada a las generaciones pasadas. Muchos, por su parte, se preocupan por la falta de identidad colombiana y las luchas regionales, no obstante, muy pocos son los que conocen y entienden la relevancia de estos 200 años de independencia.
Este bicentenario debe buscar una llamada al yo, a la identidad, al reconocimiento social. Son 200 años de republicanismo, del establecimiento de una democracia que aún está por perfeccionarse. Nuestra base, es una historia de sangre y destrucción, muertes y sacrificios que han formado esta falta de identidad, con nuestros líderes y libertadores fusilados, parecería que ningún colombiano quiere ya escarbar la historia. Es la división, la que nos marcó y aún sigue presente, esta es la que nos infundió terror y el miedo a la unicidad, es aquello que nos está matando, por la que algunos atrevidos dicen que la bobada continúa.
¿Por qué no dejamos que nuestro yo se mezcle con el uno? ¿Cuál es esta entrega a la división que parece ser parte de la identidad colombiana? Y finalmente ¿qué es la bobada?
El período entre 1810 y 1816 fue bautizado por Antonio Nariño como la patria boba, y este no se equivocó, pues en aquella época el romanticismo de la libertad no era más que una simple idea, ya que con los eventos bien conocidos del 20 de julio de 1810 en la plaza mayor de Santafé y bajo la excusa de la negación de José González Llorente a prestar un florero, se hizo real el verdadero problema de la sociedad colombiana, la división.
La falta de armonía social nos costó, pues los ilustrados de la independencia no consiguieron fomentar la organización social adecuada que permitiera la autonomía patriótica, esto desencadenó en una guerra entre los Centralistas (liderados por Antonio Nariño) y los Federalistas (con Camilo Torres Tenorio a la cabeza).
Los dos modelos de gobierno formados tenían un problema: los Centralistas querían a la conocida Santafé como la piedra angular del gobierno y los Federalistas preferían las provincias unidas en donde cada una sería un Estado. Uno más republicano que otro, pero al final adoptamos el modelo romano. La patria boba también presentaba otros problemas de base, aquellos que nos dividen hoy: la desigualdad social entre criollos y mestizos, equivalente a la problemática racial actual; la falta de coherencia entre las ideas de la independencia que asumen al pueblo como igual, semejante a la izquierda y derecha que se debaten la sociedad actualmente; y la realidad en la que vivían los próceres ahora miembros de la oligarquía, o las familias de élite que han inundado el gobierno de nuestro país desde la colonia; estos tres factores dieron pie para que el terror nos inundara.
Debían estar unidos tras el grito de independencia para enfrentar a la reconquista española y no fue así, divididos en su polémica y en su desacuerdo frente al modelo político, la reconquista llegó. La corona española recuperándose de la crisis volvió a aparecer en el panorama de la independencia colombiana en la ciudad de Cartagena de Indias con la llegada del militar Pablo Murillo, a quien se le conoció como el pacificador.
El 5 de diciembre de 1815, Murillo tomó el mando de la ciudad amurallada, reinstaló la inquisición y ordenó la captura de todos los líderes patriotas que habían encabezado las luchas independentistas. Los habitantes de Cartagena se vieron sometidos hasta proclamarse como parte del Imperio británico para resistir una serie de terror que dejó 1500 muertos.
Con esta división y con este terror la guerra civil se detuvo, pues tanto Centralistas como Federalistas decidieron unirse para hacerle frente a la monarquía, el enemigo real. Con este contexto, lo que ocurre a partir de 1819 son los sucesos conocidos por los colombianos en el Pantano de Vargas el 25 de Julio de 1819, donde se enfrentaron las tropas españolas contra el ejército independentista. Para la madrugada del 7 de agosto, Bolívar mantenía sus tropas ocultas en las montañas, los independentistas triunfaron abriendo el camino hacia Santafé, donde tres días después llegó victorioso Simón Bolívar.
La independencia generó la destrucción de estructuras productivas, la extinción física de toda una generación de personajes que controlaban no sólo la política sino buena parte de las actividades económicas del país, la reconquista española también conocida como la época del terror sucedió desde la caída de Cartagena en Diciembre de 1815 hasta la batalla de Boyacá en Agosto de 1819, en este tiempo 300 personas fueron ejecutadas, entre las que se encuentran nombres como el de Francisco José de Caldas y Camilo Torres, al menos 29 mujeres fueron fusiladas, entre ellas Antonia Santos y Policarpa Salavarrieta (14 de noviembre de 1817 en Bogotá).
Celebrar este bicentenario significa no sólo recordar los 200 años de gobierno republicano sino a su vez reconocer toda nuestra pluralidad regional. Sola en sí la batalla de Boyacá no fue un hecho importante por finalizar la bobada o reconocer nuestro poderío militar, fue significativo en tanto que fundó nuestro Estado Nacional y buscó con los nuevos líderes el crear identidad, integrar una ciudadanía, una sociedad, unas regiones, generar igualdad, coherencia, destrucción de la monarquía. Y es en todo ello donde aún notamos la falta, hemos avanzado muchísimo en reconocer los derechos de la mujer, de nuestros indígenas, de la población negra, de múltiples sexualidades. Sin embargo, Colombia es un país cuyos ingresos son de lo más inequitativos, nuestras fronteras están abandonadas, nuestros líderes continúan siendo fusilados, las diferencias raciales siguen marcadas, significando que la República nunca se estableció del todo, el camino por recorrer es largo pues más que un territorio inmenso somos un Estado.
Recordemos este 7 de agosto, la promesa de la mayoría de edad, el Sapere Aude de Kant, la promesa de una verdadera república, un régimen democrático real en donde cada uno puede valerse de su propio entendimiento. La invitación es a aceptar nuestra identidad multiétnica, nuestro folclor regional, cultural, esto es lo que habla sobre ser colombianos, que el yo se integre en la unicidad, reconociendo que somos libres, apropiándonos de nuestra independencia.